miércoles, 30 de enero de 2008

Infancia

RECUERDOS DE INFANCIA


Todos quedaron por fuera de la casa en la calle, la humilde casona cerró sus puertas para siempre y Cada cual buscó una nueva morada. El colegio y los amigos de la pubertad, no entendieron lo que pasaba. Nadie se enteró, en forma hermética aprendieron los niños a guardar silencio, a no quejarse ante nada y ante nadie. A la intemperie y como unos más de los desamparados, salieron en busca de la primera aventura de vida. 


El progenitor tomó una medida muy drástica, el hambre, la falta de recursos económicos, fueron testigos de la retirada y del atropello. Las mariposas de Agosto acompañaron la caminata, los rústicos baúles de los remiendos guardaron para siempre la nostalgia, los pisos en tierra, los nuevos ranchos de Margarita y Ofelia, llenaron de familiaridad el retoño de lo insólito, como encanto, la rosa blanca de la madrugada hizo brillar de ideas y de nuevos proyectos la temporada. El sueño llegó de repente y algunos alcanzaron el futuro. 


Hoy les produce risa el suceso, les causa añoranza no pisar de nuevo las calles de "Aguas Claras" cerca al Río de la Magdalena. Ellos no volvieron a ver los claveles del patio de los Montoya, los vecinos sólo reían del acontecimiento como excelentes malandros. Las flores y los cayenos quedaron como chamizos esparcidos por el suelo, los aromas de la primavera se estancaron como fuerte verano y fuente de nuevas ilusiones. Uno por uno de los conocidos se fueron escondiendo sin ayuda y los más cercanos se hicieron los de la “gota gorda y amarga” que aun no se ha borrado en la retirada. 


Ellos eran adolescentes, pero no hubo poder para sembrar de nuevo la palmera frente a la puerta principal o para mirar por encima de la tapia de los Díaz, jamás volvieron a escuchar los golpes en el techo, que eran producidos por las piedras que lanzaban los "Vanegas" sobre el tejado con sus los muros. Lejos de la estancia, todos recordaban la llegada del “lechero” o del vendedor de fruta sin saber de que lugar las recogía. Los limones ya no fueron testigos del fuerte sol de la pradera con olor a petróleo. Cajas y maletines viejos estaban al lado de las pocas pertenencias, el sol diario de la mañana se oscureció por varios meses en la jornada, corrieron a refugiarse en mansiones pobres y extrañas. Los baños no existían y la regadera era una destartalada "totuma" donde se tomaba guarapo, regalada por la iglesia evangélica a la doña que hizo de ángel en la historia. 


Arepas de amor con chicharrón y agua de panela con queso, llenaron el estómago de los infantes, el paisa de los dulces quería llenar de placer la aventura acariciando abusivamente el torso de los mancebos, pero se impuso la fragancia de lo exquisito y hubo pureza de encanto en el piso de los matorrales. La campana del Colegio sonó muy triste, el joven ruiseñor dejó de cantar en la ventana, venas y arterias bajaron su energía, y los alimentos escasearon por varios meses. Los niños iban en busca de comida a la estación del tren y del mismo ferrocarril donde los esperaba un casino que cobraba al progenitor cada consumo . 


La pobreza de los obreros, el despiste de lo inesperado, crearon confusiones en las mentes de los inocentes. Nunca se perdió el abolengo, la sangre real llenó el vacío de los ensueños. Hubo claveles rojos y morados por todas partes y esos llenaron de belleza el paisaje de la templanza. Llegaron las vacaciones, el mayor tomó por vez primera la mejor decisión. "Debo abandonar esta urbe" –dijo- y salió rumbo en busca de ayuda a la "ciudad frontera". 


Un bus viejo y raído, lo llevó al final del túnel. El hubiera querido que los hermanos menores lo acompañaran, pero fue rápida la acción y no hubo tiempo para pensar en lágrimas. Fue bien recibido por la diosa llamada "la gata" y el esposo futbolista también aportó al visitante. Las calles de la nueva ciudad estaban mal arregladas, la luz de la vida y de las mejores estirpes, estuvo lejos en los rincones. 


Llegó la primera moto a la puerta principal del huésped, el viajero se subió con fuerza de lobo enamorado e hizo su agosto positivo dentro de la exploración de la antesala. El pequeño vehículo frente a la ventana, sorprendió a los familiares y simplemente el pasajero alzó la mano derecha para despedirse. 


No era precisamente un príncipe quien lo transportaba, pero su figura de hermoso león de fuego, lo hacía parecer a esos de los cuentos de hada. La escena se repitió cada noche y la oscuridad de la "quinta" y de la "sexta", hacían que los besos, llenaran el vacío de los hechos. Caricias y mordiscos, eran de danza, la brisa de "Los Alisios", refrescaban la aventura como una telenovela dorada para embrutecer a los cavernícolas. La altura del joven conductor, estaba por encima de la carretera, del canal que de la Avenida llevaba al Zulia y al Río de la mudanza. 


Aquel Diciembre fue de resplandor. Los vinos, el contacto con otros adolescentes, hicieron llenar de fantasías los días y las noches. Todo era un sueño entre la realidad y la esperanza. Sobre la calzada y la misma calle, quedaron la sillas fabricadas en finos mimbres y aluminio. El beso de ese enamorado en la madrugada y la cocina de Rosa, guardaron el mejor de los recuerdos. El mayor de los jóvenes se hizo el “de las gafas”. A él también lo llenaron de besos y caricias y fue precisamente la mejor de las miradas y ese cuerpo que despertaba el apetito del lívido dormido por el indefenso combate entre la vejez experimentada y la inocencia al final del velo. 


La música llegó de México, su intérprete estaba a la moda, su fineza en cada movimiento de mariposa, hizo dudar de la tradicional costumbre masculina. La “plaza de mercado” ofrecía la mejor de las mesas, sobre las esquinas estaban en cada tarde las mujeres con ollas improvisadas, ofreciendo la mejor “morcilla” de cerdo o de res con chicharrón que aumentaba el colesterol de los esbeltos y las bellas. Seguramente los bailes y cada caminata, llevaban el exceso de grasa lejos de los cuerpos y de los romances. Al caer el sol lo mejor era llegar allí a saborear la comida campesina, tomando jugos sin control de los grupos de higiene y estos llenaban de alegría la vida y la juventud. 


Lo mejor era comer un “plato de gallina criolla” o un pescuezo relleno de esos que nunca faltan. Era cada día uno de los mejores cuentos de la época. Hoy no hay arrepentimiento, el néctar de los besos de adolescente, hicieron vibrar la sangre de los guerreros y mancebos. Las rifas y los espectáculos eran parte de la historia y él aprendió a conocer los cosméticos costosos. Los fines de semana se entraba a los mejores prostíbulos de las “muñecas” para convencerlas que él les ofrecía el mejor de los productos traídos del otro lado del rio. 


Uno y otro “muñeco” compraba y pagaba con dinero extranjero, el valor del recipiente y las ganancias iban a servir de acicate para los perfumes, la ropa fina y para esos viajes del aventurero. El billete hizo fiesta en los pantalones, la suma de esos, estaba colocada en una pequeña cuenta bancaria que el tiempo borro porque no existía el computador. 


Se inventaron varios viajes y recorridos a municipios de la estancia, al lado de las ventas, se llevaba ropa de baratija y era revendida en las calles como subasta fina. Calzones, sostenes y faldas de niñas y de damas, se ofrecían en cada pueblo, las manos y las voces, eran rápidas como las gacelas y el águila estaba celosa porque había competencia y ganas. Algunas chicas también se beneficiaron de las manos y uno que otro campesino también gozó con la inexperiencia. 


Los buses de la época, eran tan lentos como pájaros heridos, los brazos de los chicos estaban siempre por fuera de las ventanillas de los grillos, agarrando las ramas de las plantas que allí colgaban al lado de las carreteras que parecían “camino para mulas”. Una tarde en el pueblo vecino de la otra nación, apareció un levita amigo de la familia del jovenzuelo e invitó al protagonista a la ciudad del "Centro", allí se olvidaron los amores fronterizos y llegaron otros entre libros, la buena mesa y las aulas que ofrecían otros sueños entre los mas jóvenes . 


Había mucha distancia entre el hogar y el colegio. La camioneta negra estaba segura de llevar diariamente al adolescente, el joven de raza negra y de apellido "Ángulo", era el más cercano a otras miradas del “sin casa”, pero el calor fuerte de la tarde lo dejó sin complacencia a la propuesta debajo de los árboles. Todo se convirtió en un hermoso idilio para el mozo, el baile, las ventas de aparatos extranjeros y el vino, se transformaron en convento. 


Cada día en la madrugada él era feliz llegar al recinto sagrado, para ayudar dentro de la Santa Misa. El sacerdote “Gonzalo”, era uno de los santos que el joven admiraba y su fuerza de misionero estaba por encima de la organización religiosa. El año se pasó volando para todos, al llegar la segunda navidad fuera de casa, el corajudo infante pensó irse para la urbe más grande. 


Todo estaba listo y las notas del colegio fueron sobresalientes. El presbítero quedó feliz del muchacho, le aconsejó ir primero a una ciudad más pequeña antes de mudarse a la gigante plaza. Oscar llegó como amigo desprevenido a Pamplona, los dos empezaron a ver la vida diferente y otros amigos entre los libros aun de la otra nación querían acercarse al muchacho que ya empezaba a mostrar una pequeña barba como de ruiseñor enamorado. 


Hoy es rutina la madrugada, ayer si se repitiera la circunstancia, detendría el sol de la raza y él no cambiaría el lujo de lo moderno, por la risa y la dicha que produce la memoria. Cada amigo es un recuerdo y cada hecho llena de placer la nostalgia. Hoy todos siguen en la jornada y aunque un tercero cruzó el mar a mucha distancia, quedan aun los mejores besos de colección que llegaron en ese atardecer mientras se saboreaban las manzanas frescas que bajaban de la huerta. 


Es la vida es el suelo de lo inesperado y el canto la mejor improvisación para no sentir la misma nostalgia. Si alguien de nuevo escucha la misma fragancia es porque los pétalos aun están sosteniendo el corazón de clavel que no se marchita. Jamás regresará la juventud se dice, eso es lo de menos responden con ganas quienes saben que todo volverá a suceder. Lo más irónico fue haber vivido todos en un mismo poblado entre caricias y besos, pero sin casa.

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